Canto Cochino-Collado de la Dehesilla-El Yelmo
13 de Septiembre de 2008
Presentación fotográfica del día
Descripción de Excursiones y Senderismo
Es un día magnifico del mes de Septiembre. La temperatura es muy agradable y el sol luce en el cielo, ¡pero será una excursión que no olvidaremos!
Llegamos a las puertas de la Pedriza sobre las 10’00h, antes de que el aparcamiento de Canto Cochino se complete y la cierren (Bueno no la cierran del todo, pero para poder entrar con coche hay que esperar a que salga otro…). Una vez aparcado el coche, el aparcamiento ya estaba bastante ocupado y costó encontrar un hueco, ni cortos ni perezosos no dirigimos a uno de los bares en Canto Cochino para tomarnos un café. Después de una agradable conversación, sobre las 10’45h decidimos ponernos en marcha y comenzar nuestra ruta. Bajamos desde Canto Cochino hasta el río, y una vez cruzado el mismo por el puente tomamos la GR10 (La Autopista de la Pedriza), que sigue la margen derecha del arroyo de la Majadilla. El camino, que discurre entre pinares, aunque de subida es un autentico paseo. Tras aproximadamente 45 minutos de constante pero agradable subida, encontramos una bifurcación del Camino: la GR10, que es la ruta que seguimos, se desvía bruscamente hacia la derecha, tras cruzar el arroyo por un puente de madera, nos lleva a una amplia pradera descubierta a los pies de la ladera en la que se encuentra el Refugio Gines de los Ríos. Atravesando esta pradera y dejando el refugio a mano derecha se encuentra el camino que vamos siguiendo. A partir de este momento, el camino se vuelve más estrecho y se embravece un poco (hay mas piedras sueltas, las subidas son más pronunciadas, se camina entre matorrales), y tras unos escasos 10 o 15 minutos llegamos al Tolmo: una peña enorme, de forma aproximada a un cubo y que se encuentra en el medio de una pradera. El origen de esta peña es incierto, los geólogos no se ponen de acuerdo en como pudo surgir ahí en medio, pero lo que si esta claro es que se ha convertido en una escuela de escalada, a la que emulan nuestros rocodromos urbanos, lo que atestiguan la multitud de agarres y “ferretería” que se encuentra en la misma (incluso existe una placa en recuerdo de un personaje). En fin, rodeamos el Tolmo para contemplarlo y nos sentamos en unas rocas para descansar unos momentos. Bebimos agua y charlamos brevemente con un par de senderistas que junto con más personas allí se encontraban (Por cierto que a uno de los senderistas que estaban almorzando un perro de otras de las personas le quitó un buen pedazo de queso). Los senderistas nos informaron que el Collado de la Dehesilla se encontraba a aproximadamente 15 minutos.
Retómanos la ascensión al Collado, y por casualidades de la vida nos encontramos con dos amigos: Pedro y Juan, que ya regresaban a Canto Cochino. Estos dos amigos, granes conocedores y pateadores de la Pedriza, habían comenzado a subir al Yelmo desde Canto Cochino a primera hora de la mañana, y para darle más emoción decidieron subir al Yelmo desde la Gran Cañada por la senda Maeso y ahora descendían desde el Yelmo vía el Collado de la Dehesilla dado que tenían que volver pronto a Madrid, y además querían saludar al guarda del Refugio, que es conocido de ellos.
Reanudamos la marcha, y apenas 10 minutos después llegamos al Collado de la Dehesilla. Las vistas desde el Collado son esplendidas: a un lado el valle por el que ascendimos desde Canto Cochino, al otro se abre la planicie castellana, en la que destaca el Cerro de San Pedro. Cuando llegamos a la pradera que compone el Collado, nos encontramos más excursionistas que estaban tomando el almuerzo, o simplemente descansando tumbados al Sol. Nosotros nos solidarizamos con los primeros, y dimos cumplida cuenta de los sándwiches que llevábamos, puesto que era la hora de comer.
Después de un descanso, continuamos la marcha hacia el Yelmo, vía el Pico del Acebo. Tomamos el camino que partiendo de la derecha del Collado, va ascendiendo poco a poco por las laderas de las montañas que conforman la parte alta del collado. La senda es estrecha, pero bastante cómoda, puesto que la subida es moderadamente tendida. Tras unos aproximadamente 20 minutos llegamos a una peña que interrumpe la senda y que hay que bordear trepando por la misma para retomar el camino. El camino se va volviendo cada vez más escabroso, y nos volvimos a encontrar con una nueva peña, más grande que la anterior, que volvía a interrumpirnos la marcha. Otra vez la sorteamos echando mano a tierra y trepando, pero una vez superada no fuimos capaces de encontrar una senda, por lo que guiándonos por nuestro instinto, que nos indicaba la dirección que debíamos seguir, llegamos a la cuerda de los picos que conforman esta parte de la Pedriza, entre los que se encuentra el Pico del Acebo. Andando entre estos picos de caprichosas formas, lo que nos animaba a buscar figuras conocidas: “Mira parece un perro” decía uno de nosotros “y aquella parece un águila” replicaba el otro, llegamos a una zona abierta desde donde se divisaba perfectamente Manzanares el Real, el embalse de Santillana, a lo lejos relucía el pantano del Pardo, y finalmente destacaban relucientes las torres de la Castellana, adivinándose Madrid a sus pies. ¡Una vista esplendida!
Seguimos caminado por esta cuerda, en la que encontramos a varios excursionistas, y tras unos minutos de marcha llegamos a la parte más septentrional de la Pradera del Yelmo. A nuestra derecha, y majestoso sobre su pradera aparece la losa gigantesca que conforma la pared sur del Yelmo llena de pequeñas figuras multicolores, escaladores, que intentan coronarla. La pradera, de forma rectangular está bordeada por el Yelmo a un lado, y por una serie de peñas al otro lado, que conforman una pared que oculta la vista sobre Manzanares el Real. Dado que eran las primeras horas de la tarde, y la misma estaba cálida, decidimos descansar un rato a la sombra de una de las peñas, y entre conversaciones en las que recordamos nuestras andanzas juveniles y traguitos de agua pasamos cerca de 45 minutos.
Decidimos reanudar la vuelta hacia Canto Cochino, tomando para ello la senda que cruza la pradera de derecha a izquierda, mirando el Yelmo, en el sentido descendente. Nos encontramos con más excursionistas sentados a la sombra de las Peñas, a tres caballos que rondan por la pradera y dejamos a mano izquierda la fuente, que casi a ras de suelo, y a los pies de una pequeña roca, riega con poco agua, dada la época del año, la Pradera. Cuando la Pradera se estrecha al final de la misma, y dado que a mí la escalada me da pánico, Fernando me propuso hacerme alguna que otra foto de tal manera que pareciese que estaba escalando, y para ello dejamos la senda y nos acercamos a la pared del Yelmo, y me hice las fotos haciendo el payaso. Y aquí tuvimos el gran error que hizo que a partir de este momento la excursión se tornara en una experiencia que no olvidaremos, y ahora que ya ha pasado cierto tiempo, de una manera jocosa. Cuando dejamos la senda, no nos percatamos que la misma hace un giro bastante pronunciado a la izquierda, de manera que se abandona la Pradera para iniciar el descenso hacía la Gran Cañada, pero nosotros lo que hicimos fue seguir otra senda que paralela a la Pradera abandona ésta para internarse en el Hueco de las Hoces. Este es un valle muy profundo y escarpado, casi un barranco, que partiendo desde la Pradera del Yelmo se despeña hacia Canto Cochino.
Al principio seguimos una senda que a media ladera del Hueco desciende hacia Canto Cochino, que se adivina en el fondo, y entre risas y bromas la seguimos hasta que sin saber como lo hicimos aparecimos en el fondo del escarpado barranco, rodeados de rocas monolíticas con descensos de vértigo. Dado que sabíamos perfectamente hacia donde teníamos que ir, siempre bajando, y que llegamos a un punto de no retorno, puesto que habíamos descendido por algunas rocas arrastrando el culo por ellas, y que nos resultaba imposible poder subir por ellas, decidimos bajar por entre el laberinto de rocas, pero siempre con buen humor y gastando bromas sobre los buitres, que bien posados sobre las cesterías del Hueco o bien sobrevolándonos, nos miraban con curiosidad (al menos es lo que creemos…).
Llegamos a un punto del laberinto, en que rodeado de moles no podíamos avanzar ni retroceder, y aquí ya me surgió la primera sensación de miedo, pero no íbamos a llamar al 112, puesto que me veía bajando desde allí hasta Canto Cochino a collejas del Grupo de Rescate en Montaña, por ser unos palurdos y con toda la razón del mundo. Indagando entre los recovecos, Fernando encontró un hueco pequeño por el que se vislumbraba un pequeño hito de piedras. Albricias, alguien ya había pasado por aquí y se había molestado en marcarlo, no estábamos perdidos.
Con los ánimos recuperados nos introducimos por ese hueco y conseguimos salir de esta, pero el laberinto seguía, por lo que proseguimos, pero con los ánimos ya un poco más desgastados. Seguimos arrastrándonos y trepando entre piedras por el fondo del Hueco, enganchándonos constantemente en esos arbustos tan duros de corteza negra y que nos hacían juramentar en arameo, además Fernando había perdido el tabaco en la Pradera del Yelmo, y estaba con mono, hasta que llegamos a otro punto de no avance, no retorno. Rodeados por todas partes de piedras verticales y lo suficientemente altas como para no poder subirse a ellas nos encontramos una vez más en una situación comprometida, por lo menos para nosotros. Después de varios intentos infructuosos de subida por parte de Fernando, yo para eso soy un cero a la izquierda, tuve la idea de que yo pusiera las manos cruzadas para que Fernando apoyándose en ellas ganara la altura suficiente como para poder subirse a las piedras, una vez arriba, Fernando me echaría una mano, y yo podría subir. Fernando me replico que pesaba mucho, pero mi única preocupación era salir de allí independientemente del peso de Fernando , y como dije antes sin la ayuda del 112 ¡que vergüenza!, así que mi replica fue cruzar las manos y hacer el ademán para que comenzará la operación. Fernando se impulsó en mis manos, subió y tendiendome la mano conseguimos salir de la segunda situación comprometida, y que alivio: además había otro hito de piedras. Seguimos nuestra aventura por el Hueco de las Hoces hasta que el mismo acaba, y el rastro de hitos que seguíamos nos lleva a la loma, formada por una roca gigantesca, que separa el Hueco de las Hoces del Barranco de los Huertos y parecía que veíamos en la otra ladera del barranco una senda practicable. En la losa de piedra descansamos, puesto que a mi las piernas me empezaban a temblar un poco de cansancio, y acabamos las existencias de líquido que llevábamos.
Tras unos 10 minutos de descanso y animados por la perspectiva de un camino transitable, efectivamente luego supimos que ese camino que veíamos en la ladera opuesta a la nuestra es el que baja directamente desde la Gran Cañada a Canto Cochino, y de incluso ver a una pareja que también descendía, retomamos la marcha, todavía entre piedras y nuestra bien amada maleza de corteza negra y con una ruta de difícil transito. Una vez en el fondo del Barranco de los Huertos, vimos que por el mismo discurría otra senda, así que decidimos seguir la misma, sin remontar la ladera para tomar el camino que habíamos visto antes. Esta senda, con fuerte bajadas, piedras sueltas y algún que otro escalón para colosos, nos llevó hasta la explanada final que antes del cruzar el río se encuentra antes de llegar a la carretera y el aparcamiento de Canto Cochino. Durante esta bajada tuve la sorpresa de recibir una llamada telefónica al móvil de MoviStar para ofrecerme alguno de sus productos, ¡Maldito marketing telefónico!, no tenía suficiente en concentrarme en mis piernas para que no temblaran y pudiera bajar sino que además tuve que hacer esfuerzos ímprobos para no mandar a la educada señorita a un lejano lugar. Esto hizo que Fernando se adelantara unos cientos de metros, lo que hizo que le perdiera de vista y tuviera que esperarme en la explanada.
Finalmente, en mi caso agotado y como un zombi, llegamos a uno de los bares de Canto Cochino donde nos dispusimos a dar cuenta de una refrescante jarra de cerveza que nos repondría los líquidos perdidos, puesto que fue un día con emociones fuertes y además el sol del fin del verano todavía calienta (e incluso quema. Yo estaba colorado como un tomate). Yo casi me tome la cerveza de un trago, pero Fernando no debía encontrarse muy bien puesto que no se la terminó. Su única preocupación era encontrar tabaco: en el bar no vendían y no encontraba fumadores que le dieran uno, hasta que encontró a una muchacha joven fumadora que le dio uno. A Fernando se el cambió el rostro, y una vez tras el descanso, tomamos el coche y volvimos a Madrid sobre las 6’30h.
Ahora, y como ya he dicho, recordamos esta excursión con cierto cariño, después del sofocón que pasamos, y jugando con nuestros apellidos la hemos dado un nombre “Ruta de Torres de la Mezquita”, y también aprendimos que en la Pedriza seguir hitos de piedra sin sendero puede resultar peligroso: estábamos siguiendo a alguien que también se hallaba perdido.
14 de enero de 2009.
Juan Carlos (Charlis).
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