Peñalara, Claveles y Laguna de los Pájaros
14 de Junio del 2.008
Presentación fotográfica del día
El día amaneció temprano y el despertador cumplió su función con la pereza de trabajar un sábado. Mi cabeza rugió por el sonido horrible y descorazonador, pero sólo tardó un minuto en recordar que hoy no tocaba trabajo. Me esperaba un día de campo. Me preparé con prontitud y antes que me diera cuenta, ya me encontraba en la calle dirigiéndome al bar donde había quedado con Klarín para partir a la sierra.
El cielo estaba despejado y más bien caluroso, que cambio con los dos últimos meses. Casi sin sentir ya estaba frente a la estación de Atocha pidiendo un café. No era el único con mochila y pantalones cortos en el bar. Las expresiones eran mucho más alegres que un día de diario. En poco rato apareció mi compañero, y tras terminar un breve desayuno marchamos al punto de encuentro especificado en el foro. Esperaba que alguien más se apuntara, pero no estaba muy seguro, la gente tiene obligaciones y ninguna contestación nos había dado esperanza de compañía. Tampoco nos importó mucho, la marcha de hoy aunque corta, unos 18 kilómetros, era dura y montañera. Queríamos subir al Pico Peñalara, luego recorrer los Claveles, con sus muchísimas piedras que obligan a poner en más de una ocasión las manos, llegando hasta la laguna de los Pájaros, donde almorzaríamos. Y, por fin, volver por la laguna de Peñalara hasta la antigua estación de Cotos donde habríamos empezado la marcha.
Este día requería algo más de condición física que una etapa del Camino donde sólo la distancia agota al caminante, hoy se requería buenas rodillas y buen ánimo. A las ocho estábamos en el andén con la pequeña esperanza de alguien más, pero no apareció nadie y nos subimos al tren de cercanías. El andén estaba lleno de grupos de montaña que sonrientes comentaban su próximas andaduras, el buen rollo llenaba el ambiente.
El recorrido se hizo corto hablando con mi compañero de nuestras aventurillas camineras y laborales. Ya se sabe que cuando dos peregrinos se juntan se pueden pasar horas charlando de anécdotas y planes. Unas veces hablando, otras escuchando y siempre manifestando cariño por los recorridos a Santiago, llegamos a Cercedilla. Este era el segundo punto de encuentro, pero tampoco apareció nadie. A las 9:40 cambiamos de tren, y cogimos él de vía estrecha que sube con esfuerzo a través de las laderas, siempre entre pinos hasta primero Navacerrada y luego hasta la Estación de Cotos (1.830 metros). El paisaje era precioso pudiendo ver a más de cincuenta kilómetros. Los cuatros colosos de Plaza Castilla se podían distinguir en el horizonte. Los pinos iban abriendo paso al trenecillo pareciendo muchas veces que le ayudaban en la subida por las cuestas.
El ambiente dentro era todavía más montañero que en Atocha, aquí todos eran excursionistas que se gastaban bromas y hablaban de anteriores y futuras hazañas. Sin apenas darnos cuenta llegamos a la pequeña estación de fin de recorrido. Algo más fresco que en Madrid pero suficientemente templado para poder caminar en manga corta. El cielo estaba limpio y radiante.
Había una competición de triatlón en la cumbre y se podían ver a los ciclistas sufriendo en los desniveles de los senderos. Klarín y yo decidimos empezar tomando nuestro segundo desayuno, en el Camino es una costumbre desayunar un par de veces, y hoy no iba a ser menos. Derechos al chiringuito. Allí cayeron montados de tortilla y beicon con copita de vino para templar la barriga, todos los elementos del cuerpo se tienen que calentar antes del ejercicio.
Se estaba tremendamente a gusto sentados en una mesa al sol viendo los bosques albares y oliendo la naturaleza a pocos kilómetros de una ciudad loca como Madrid. Parecía increíble que en tan poco tiempo hubiéramos pasado de un lugar a otro y tanto cambiaran las sensaciones. A las once comenzamos la subida, aquí no hay respiro según empiezas ya estás en cuesta. Al principio con cierta suavidad pero en menos de un kilómetro las rampas se empinan y las piernas empiezan a sentir el esfuerzo.
El camino lleva por este parque natural que intenta recuperarse de lo que fueron las antiguas pistas de esquí. Los pinos pronto desaparecen y son sustituidos por enebro rastrero y piornal. Pequeños pinitos de replantación harán desaparecer con el tiempo el recuerdo de las bajadas de los esquiadores. Templando el paso para que no nos agobiara la subida, y que el pobre Klarín no se asfixiara demasiado, fuimos adelantando a numerosos grupos de montañeros. Por momentos hicimos la comparación del Camino en verano.
En poco menos de media hora llegamos a un recodo del zigzagueante camino que nos permitió ver el refugio de montaña de Zabala, al fondo se intuía la Laguna grande de Peñalara. El Circo de origen glaciar se podía distinguir perfectamente. Al otro lado se mostraba con nitidez y orgullosa la Bola del Mundo, con sus torres de transmisión y la estación de esquí de Valdesquí. Un poco a la izquierda se encontraban las Cabezas de Hierro y la denominada Cuerda Larga.
El cielo azul con algún toque blanquecino de nubes hacía resaltar el verdor de los montes circundantes. Después de las fotos de rigor continuamos la subida que aquí se empina un poquito más hasta llegar a los picos de las Hermanas Menor y Mayor.
En poco más de veinte minutos pudimos llegar a la primera de las cimas. Fue una sorpresa distinguir perfectamente el puerto de Navacerrada, Siete Picos, Montón de Trigo y, sobre todo, la llanura segoviana con las torres de la Catedral. Alucinante paisaje. Nosotros estábamos más cerca del cielo (2.285) y ya habíamos cubierto un desnivel de 450. Nos encontrábamos felices creyéndonos en la cima, todavía nos quedaban los últimos doscientos metros de “subidita”, eso si ya de más suave pendiente.
Aquí el aire corría frío y tuvimos que recurrir a la poca ropa de abrigo que llevábamos. Apenas paramos cinco minutos para que el paisaje tomara posesión de nuestros sentidos.
Ya en la cuerda fuimos ascendiendo rodeados de multitud de montañeros, daba gusto ver las dos vertientes, por un lado las llanuras de Castilla y León y por el otro el valle que nos dibuja al fondo el Paular. Son impresionantes las vistas.
Hasta la cima la subida es llevadera y no requiere demasiado esfuerzo. El punto geodésico de hormigón nos saludó con un fuerte viento frío. La gente se protegía entre las piedras intentando descansar del esfuerzo.
Nos sorprendió que en un pequeño resguardo estaban celebrando una Misa un grupo de unas veinte personas. Me pareció un lugar maravilloso para orar, no creo que haya iglesia más bella que la que nos proporciona la Naturaleza en su estado puro.
Era incómodo pararse y decidimos continuar nuestro recorrido y parar un poco más adelante.
Desde aquí el camino se convierte en sendero y las piedras son las protagonistas. Caminando por un borde estrecho que apenas dejaba poner los pies fuimos avanzando. Había trozos en que se pisaba en el borde de las grandes piedras con la certeza de estar haciendo equilibrios peligrosos de volatinero. En más de una ocasión las manos y el trasero sirvieron de tercer punto de apoyo que nos permitiera continuar.
La adrenalina hizo acto de presencia y una cierta euforia lleno nuestro sentir. El paisaje seguía siendo maravilloso pero la cabeza y los sentidos se tenían que centrar en el siguiente punto de apoyo.
Así fuimos pasando los riscos de los Claveles y, posteriormente, él de los Pájaros. Nos sorprendió la gran cantidad de lagartijas y mariquitas que se solazaban tranquilamente viendo pasar los montañeros. Cuando pasamos el último de los montones de piedras nos sentamos en una de ellas a reposar el tiempo necesario de echar un pitillo que nos relajó y tranquilizó del esfuerzo realizado.
Aquí fue donde nos acordamos del Gato y de lo que disfrutaría de esta pequeña aventura. Sin pensarlo dos veces aprovechamos que teníamos cobertura para hablar un rato con él y darle ánimos para que pase estos momentos difíciles.
Ya un poco más templados llegamos sobre las dos de la tarde a la pradera de la laguna de los Pájaros. Sin dudarlo soltamos la carga y nos dispusimos a tomar el bocata apoyados en una comodísima piedra con vistas a un agua helada y a las crestas que acabábamos de pasar. Nos parecía increíble desde aquí que hubiéramos sido capaces de pasar por allí. Con la comida llegó el relajo. Me descalcé y sentí como la hierba fresca masajeaba mis calenturientos pies. Que alejada estaba mi cabeza de mi vida urbanita.
Estuvimos una hora solazándonos con un techo azul fantástico con alguna que otra nubecilla que realizaba un sin igual cuadro.
Sobre las tres de la tarde emprendimos el retorno ya más suave por una serie de praderías que nos hacía pasar por las lagunas glaciares de los Claveles y la laguna Chica de Peñalara.
Nos rodeaban bellas florecillas amarillas que contrastaban con el verde de los prados y piornales. Había trozos en que la bajada era empinada y los pies resbalaban con las piedrecillas. El paisaje continuaba siendo muy bello y el sol aprovechaba para decorarnos la cara con un color rojizo.
Pasado el puente de madera que lleva a la laguna grande el sendero se vuelve a convertir en un camino cómodo que en menos de media hora nos dejó en el Centro de interpretación del parque.
A las 17:10 nos sentamos tranquilamente en la terraza de la estación de tren que nos devolvería a casa en un par de horas. El sol calentaba y la cerveza nos refrescaba el gaznate. Nos encontrábamos cansados pero tranquilos y relajados después de un día maravilloso en la Sierra de Madrid. Ahora ya solo quedaba la vuelta al ruido y contaminación, pero los recuerdos de los paisajes nos alegraba el ánimo.
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